Desayuno

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Microcuentos

Siempre supe que desayunar contigo sería un error, pero me quedé con hambre tras la cena  de la noche anterior a nuestro primer desayuno juntos.


Decidí quedarme y compartir sábanas para despertar en tu casa, pero sintiéndome como en una cafetería, una más de tu clientela a la que servir un café matutino.

Yo había imaginado un despertar a lo Autrey Hepburn en “Desayuno con Diamantes” y terminé por ser la mantequilla de la tostada que cae al suelo por el lado equivocado. Resbalé de entre tus manos, tal vez  por la decepción, que siempre es muy resbaladiza. Sentí vértigo al caer, probablemente por todo lo que imaginé que podría haber sido y ya sabes que la imaginación siempre apunta a lo más alto,  y me di de bruces contra el suelo, pegada a él, como una idiota pega la nariz al cristal del escaparate de la pastelería cuando está a dieta.

Aquella mañana, la cafetera silbaba rabiosa hasta el punto de dañar mis oídos que se empeñaban en recordar tan sólo, los susurros dulces de las horas precedentes. Ahora sé que sólo estaban edulcorados, para evitar compromisos matutinos, dulces, pero con cierto regustillo amargo en la lengua a poco que lo saborees más de la cuenta. Lo que pasa en la noche se queda en la noche y el día, empeñado en aportar luz a todo lo que toca, mata de sinceridad las caricaturas de historias inventadas que nacen para ser efímeras, sin más.

Y tal cual amaneció, todo se puso negro, a pesar de que hacía un día precioso. No llovía, como suele ocurrir siempre en los días tristes. Despertamos para vernos desnudos por dentro por primera vez y reconocer el uno en el otro, a ese extraño que se cuela a hurtadillas de noche y no se reconoce de día en el espejo de los ojos ajenos.

Ya no había magia, el hechizo no duró hasta el desayuno, se consumió en la cena con velitas para dos, para qué engañarnos. Ahora, nuestro café es descafeinado, la leche desnatada y hasta la mermelada está libre de azúcares, como nosotros, que somos los mismos pero sin la esencia de la pasión.

El caso es que siempre supe que desayunar contigo sería un error, pero pequé de gula y no supe cómo hacer para conformarme tan sólo con la cena. Ahora he aprendido que hay veces en las que es mejor quedarse con  un pellizco de hambre, antes que matar amores de puro empacho.

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