Hormigas

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Microcuentos

El día que vine al mundo alguien me dijo que yo era una hormiga, una hormiga fuerte pero pequeña, tal vez insignificante, cuyo destino era el trabajo duro y constante en beneficio de la comunidad. Tuve una infancia feliz siendo una hormiga niña. Aprendí el oficio de mirar hacia delante y no cuestionar mi destino, al tiempo que mis padres eran el ejemplo perfecto de una buena hormiga trabajadora. Durante los tórridos veranos cargábamos con la comida, un día tras otro, para que en el frío invierno no nos azotara el hambre. Jamás cuestioné abandonar la hilera de mis hermanas hormigas y encontré en el estómago lleno y la calidez de mi hormiguero, la recompensa al trabajo bien hecho.


Mi vida era perfecta, creía yo, y nunca cuestioné que sería feliz siendo una hormiga en un mundo de hormigas.

Pero un día, sin que nada pudiéramos hacer por evitarlo, la suela de un zapato aplastó nuestro hormiguero. Decir que reinó el caos sería quedarse corto. Algunas hermanas hormigas quedaron atrapadas en el hormiguero, con la comida justa y poco aire, para terminar muriendo ahogadas. Otras quedamos fuera, a la intemperie, asustadas y desorientadas, corriendo de aquí para allá, con mucho aire pero sin un lugar en el que resguardarnos.

Fue entonces cuando el mismo pie que destrozó nuestra casa empezó a pisarnos, enfurecido, por el mero placer de destruirnos, restregando nuestros pequeños cuerpos por la arena, en un genocidio de hormigas sin precedentes. ¡Resulta tan sencillo aplastar a una hormiga! ¡Resulta tan cobarde!

Nadie me dijo nunca que esto podía pasar. Las cosas no debían funcionar así. Hasta ese momento, yo era una hormiga cuya labor era el trabajo bien hecho y cuya recompensa debería haber sido una vida tranquila y sin desasosiegos. Eso nos contaron en la escuela cuando hablaban de la libertina cigarra y su triste destino.

Ahora sé que nos mintieron, que no es fácil ser una hormiga en un mundo de arañas, que el trabajo bien hecho no es garantía de nada porque siempre puede haber un zapato que quiera aplastarte, que vivir bajo tierra te protege pero también te impide ver el sol, sus amaneceres y atardeceres, incluso gozar de la lluvia de la que tanto nos previnieron. ¿Tal vez temían que saliéramos del agujero?

Cuando yo nací, me dijeron que era una hormiga, una más de muchos miles, incluso millones, pero la suela del zapato que intentó destruirme y no lo consiguió, dejándome a la intemperie, asustada y desorientada, también me enseñó que tal vez siga siendo una hormiga, es posible, porque hay cosas que no puedo cambiar, pero una hormiga que salió del hormiguero, que tiene alma de cigarra, rabia de avispa y anhelos de mariposa. He mutado y no estoy sola porque somos muchas. Una especie nueva a la que no volverán a pisar nunca más. Una nueva generación de hormigas.

 

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