Una gota de agua
Cuando la vida nació, mojó sus anhelos para refrescarlos.
Creció bañada en ríos y mares, pisando charcos, bailando bajo la lluvia, divertida y traviesa.
El agua fue su madrina.
Una gota de agua bendijo a la vida para que fuera fresca, para que fuera limpia, para inventarse a sí misma, transparente y libre, siempre libre, porque nadie jamás pudo retener una gota de agua entre sus manos.
Y desde que el mundo es mundo y la vida es vida, una gota de agua está presente. Pequeña y poderosa al mismo tiempo, discreta, resbalando por los cristales, caída del mismo cielo como por arte de magia.
Yo de mayor quiero ser una gota de agua, porque así seré fuerte a pesar de ser pequeña. Tan fuerte como aquella gota que por insistente agujereó el mármol.
Y si intentan romperme, sólo conseguirán que me transforme en otras muchas gotas de agua, más pequeñas, pero igual de fuertes.
Quiero ser una gota de agua sin perfume, porque al ser la nada, me cabe el todo.
Una gota de agua sin colores, para que la luz me regale su arcoiris.
Quiero ser una gota de agua que ocupa espacio, adaptándome al mundo y sus esquinas, sin miedo a los rincones.
Quiero ser la gota del río, o la del charco, o la del cristal que mira el gato.
Quiero ser una gota de agua dulce, jamás salada, por temor a convertirme en una de tus lágrimas.