Don Errequeerre

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Microcuentos

Esta es la historia de Don Errequeerre  y no es una historia cualquiera porque Don Errequeerre no es una persona del montón y nunca lo fue. De niño ya apuntaba maneras y aficionado a jugar al tenis, jamás dio un punto por perdido, ni un examen por suspendido. Todos decían de él que sería todo aquello que quisiera ser, porque aquel niño de entonces, no sólo era obstinado y trabajador, sino que además jamás abandonó.


De mayor decidió ser agricultor, ante el estupor de muchos. Y cuando le preguntaban  el por qué de esa decisión, él siempre contestaba que un agricultor no es más que aquel que siembra para recoger, y lo que un agricultor da, se le devuelve en forma de cosecha,  y no se le roba como en otros trabajos de otras personas que él conocía bien.

Pero la cosecha de Don Errequeerre, siempre tan particular y ajeno a las voces críticas, sorprendió a todo el mundo. En el huerto de Don Errequerre no crecían patatas ni tomates, tampoco maíz ni trigo. Con un tesón y determinación absolutos, Don Errequeerre cultivó sueños, ideas y proyectos, en surcos paralelos, regados con el sudor de mucho esfuerzo y abonados con fe, el más poderoso de todos los fertilizantes.

En el pueblo de Don Errequeerre todos pensaron que se le había ido la cabeza. Pobrecillo de él, decían en los corrillos del bar, donde los incrédulos bebían sorbos de vino para ayudar a tragar sus frustraciones. Pero Don Errequeerre siempre creyó que su huerto daría sus frutos. No pasó ni un solo día en que no lo cuidara como a un hijo, ni tuvo un momento de duda. Don Errequeerre era un hombre absoluto en todo lo que hacía, sordo a los desalientos que el viento transportaba recogidos de las bocas de los descreídos. Era ciego a las cifras y los números que dejaban frío por desánimo. Los ojos de su corazón tenían una vista perfecta para las cosas que no se pagan con dinero.

Los más benévolos decían de él que era un cabezota, pero la mayoría le llamaban loco. Pero todo eso a Don Errequeerre le daba igual, ni siquiera se lo tenía en cuenta porque tampoco era rencoroso. Cada mañana, al alba, trabajaba su huerto de sueños, ideas y proyectos, con todo el trabajo y amor que llevaba dentro, guardando como el mayor de los tesoros, la certeza de que darían sus frutos. Y así fue.

La noticia saltó entonces a todos los medios de comunicación, fue la más comentada en las redes sociales, no hubo programa de radio que no le solicitara una entrevista, Don Errequeerre era el hombre del momento, el personaje de la década, un nombre a recordar para la Historia. Y entonces todo fueron alabanzas para él, donde antes habían sido críticas. Su huerto fue fotografiado y  dado a conocer hasta en el National Geographic como una maravilla del mundo, una cosecha inaudita. Las ideas y los sueños habían germinado y se habían convertido en realidades que guardaban en su interior las semillas de otros sueños venideros y los proyectos eran autopistas sin peaje por las que circulaban ya las ideas de otros.

Y ante la pregunta de todos los periodistas allí congregados, sobre el secreto de su éxito, Don Errequerre declaró, parco en palabras como era él: “No estoy hecho para resignarme”. Y volvió a su huerto para seguir cultivando sueños, ideas y proyectos que dieran de comer a muchos espíritus hambrientos.

 

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