En mis zapatos
Me parieron descalza, nos parieron descalzos, pero al comenzar a caminar nos pusieron zapatos. Y empezamos el camino, cada uno el suyo, ninguno el del otro, calzados en nuestros zapatos y nunca en zapatos ajenos.
Yo tropecé y avancé, en ocasiones, también retrocedí, es inútil negarlo, y con el tiempo y el devenir del caminar, incluso crecí y tuve que cambiar de zapatos porque me quedaron pequeños.
Sólo yo supe las piedras que pisaron las suelas de mis zapatos, sólo yo noté el cansancio en mis pies, las rozaduras del camino, sólo a mí me escocieron mis llagas por muy grandes que fueran las tuyas, y por muchos charcos que tú pisaras, se mojaron tus zapatos y nunca los míos.
Resulta hasta divertido pisar los charcos cuando calzas botas de agua pero no tanto si no vas protegido.
El fango me ensució muchas veces y cuando les quise sacar brillo a mis zapatos sucios, volvieron a ensuciarse tan rápido como tardé en empezar a hacer camino de nuevo. Así es la vida del calzado del caminante.
Calcé zapatos estrechos que me hicieron pensar que tal vez era mejor caminar descalzo, pero también aprendí que tanto daño pueden hacer unos zapatos chicos, como unos demasiado grandes, porque andar demasiado holgado no implica siempre andar por el camino adecuado.
Hubo un tiempo en el que me gustaba ir deprisa y correr despreocupada sin mirar el paisaje, escuchando música sólo para mis oídos, sin escuchar a los pájaros. Calzaba entonces deportivas, de esas que llevan una burbuja de aire para no notar las imperfecciones del camino, de esas que a veces nos ponemos para no sentir la realidad.
En ocasiones especiales, gustaba de subirme a unos tacones, y vestir mis pies del glamour de una vida efímera, pero al llegar la noche, mis pies siempre me recordaban que es mejor pisar el suelo en el que se vive que mirar por encima de tus anhelos.
Mis zapatos viejos murieron caminando, en su afán por ayudarme a avanzar, y a los nuevos les rendí siempre admiración, por envolver mis pies con futuros pasos que dar en la vida.
Y aunque he roto muchos pares de zapatos, he tenido muchos pares de deportivas y sigo subiéndome a unos tacones de vez en cuando, todavía me quedan muchos pares por romper, mucho camino por andar, muchos charcos por pisar, mucho fango que limpiar. Aún me quedan muchas orillas del mar por las que pasear descalza, con la espuma de las olas haciéndome cosquillas y mi par de zapatos colgados al hombro para recorrer todo el camino que la vida me prepare y para saltar los obstáculos que sean necesarios.