La mujer sin sombra

< Volver

Fotograma de la película Mala Sombra de Miguel Ángel Escudero  

Microcuentos

 
Nació una noche de luna llena, a escondidas del reflejo plateado que rozaba las aguas. Lo hizo en silencio, para que su llanto no rompiera la quietud de la noche ni perturbara el descanso de los pájaros. Siempre fue distinta y saber que lo era alimentó su hambriento espíritu de soledad.

 

Los niños le tenían miedo porque era la niña sin sombra. El sol se frustraba cada vez que pretendía dibujar, sin éxito, su silueta en el suelo. La noche siempre fue su refugio y allí creció, siendo como era y pretendiendo ser lo que nunca sería.

 

Pronto se acostumbró a las miradas de reojo, furtivas y temerosas. Se acostumbró a que tan sólo el viento le rozara la piel. Se acostumbró a que sus sueños estuvieran hechos de cristal y una vez rotos, jamás pudo recuperarlos.

 

Era la mujer sin sombra. Era distinta y su diferencia daba miedo hasta al mismo sol. Y durante muchos años, cometió el error de escuchar las voces de los descreídos, de los mediocres que no sabían mirar más allá de donde sus pies pisaban, sintiendo sus dedos acusadores, arañando sus entrañas con afilados desprecios.

 

Se vio reflejada en ellos esquivando su propia mirada. Dejó que otros fueran el espejo de su propio yo, les otorgó ese inmenso poder, sin apenas darse cuenta de ello.

 

Pero un día, la mujer que no tenía sombra, encontró la respuesta a todas las preguntas que desde niña se había hecho. Entendió de repente que su diferencia atemorizaba a quienes sólo conocen el color gris y jamás dibujaron arcoíris. Un día, la mujer sin sombra, comprendió  por qué el sol la envidiaba. Un día, la mujer sin sombra descubrió que estaba hecha de luz, que su resplandor brillaba tanto y tan intensamente que ningún otro resplandor de este mundo era capaz de dibujar su silueta en el suelo.

 

A partir de ese momento, la mujer sin sombra nunca más volvió a sentirse sola, ni triste, ni abatida. Nunca más escuchó a las gentes grises que cuchicheaban a su paso, con lengua de lagartija. Nunca más dejó que esos otros tuvieran poder sobre ella. Brilló, con ese resplandor que hasta la misma luna llena admiró el día en que nació,  porque  la mujer sin sombra, un buen día, comprendió que estaba hecha de luz.

 

 

Comparte este artículo