Con la puerta en las narices

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Imagen: Francesca Woodman  

De todo un poco...



De un arrebato de furia, la vida me dio un día con la puerta en las narices. No tuve tiempo de correr, estuve falta de reflejos, y me quedé dentro desde entonces.

A veces vislumbro la luz que hay en el pasillo. Se cuela por rendijas y grietas que ni yo misma sabía que mi puerta tenía.

Y escucho las voces de los vecinos y a veces hasta las risas de los niños. Y cuando se callan, también escucho el silencio de donde yo vivo.

Y si el día me pilla de buenas, deslizo la tapa de la mirilla y juego a mirar sin que me vean, a recordar cuando estaba fuera.

He comprendido que es importante de qué lado de la puerta estés, porque es tan sencillo como estar dentro o estar fuera, como poder entrar o no poder salir.

A veces, la luz del pasillo parpadea, como si la vida me guiñara el ojo solo a mí y me invitara a salir. Pero es entonces cuando me siento como un perro que ladra de miedo, porque puede oler lo que hay fuera y no puede verlo.

Una vez tocaron el timbre y me volví sigilosa como un gato. Hasta pude escuchar una respiración repiquetear en la madera. Yo contuve la mía todo el tiempo que fui capaz sin miedo a ahogarme porque ya tengo costumbre de vivir conteniendo el aliento.

Los días malos, me siento colgada de mi puerta como un bolso viejo que guarda dentro un ticket caducado de algo que ya no puedes devolver.

En esos días, echo el cerrojo con dos vueltas y escondo la llave, a sabiendas de que no voy a intentar buscarla. Y me abandono hasta que tengo ganas de encontrarme.

No vivo mal encerrada detrás de mi puerta, esa que un día me dio la vida en las narices. Sé que hay otra vida ahí afuera, que adivino en los amaneceres que se cuelan por las ventanas, en el sonido del ascensor que a veces para en mi planta, en la música del vecino que traspasa los tabiques, en el correo bancario que el cartero me desliza por el suelo.

Y tal vez algún día decida mudarme a otro sitio, cuando consiga abrir de nuevo de par en par la puerta que un día se cerró tras de mí, dejándome dentro.

Tal vez me vaya al campo, porque dicen que al campo, hasta ahora, nadie ha conseguido ponerle puertas.

 

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